Así nace una científica: sé curiosa, haz preguntas, comete errores y sé paciente

Image Jean Goodall

Hola, buenos días a todos. Permitidme que empiece con un saludo chimpancé.Que significa: “Soy yo, soy Jane”. Soy Jane Goodall. Creo que mi interés por los animales empezó cuando era muy pequeña.Mi primera experiencia real de observación del comportamiento de los animales, de cómo hacerlo y cómo no hacerlo, tuvo lugar cuando tenía cuatro años y medio. Una verdadera granja, no una de esas granjas industriales en las que los animales viven hacinados en unas condiciones terribles,sino una granja de verdad, con animales en el campo.Era muy emocionante: vacas, cerdos, caballos… todos juntos. A mí me encargaron recoger los huevos de las gallinas. Las gallinas iban por ahí picoteando por la granja, pero para poner los huevos se metían en unos pequeños gallineros, donde también pasaban la noche. Eran así de altos.Yo recogía los huevos, pero, al parecer, yo iba preguntándole a todo el mundo: “Si el huevo es así de grande, ¿dónde tiene la gallina un agujero así para que salga?”.

No veía ningún agujero de este tamaño. Y recuerdo claramente ver a una gallina marrón entrando en uno de los gallineros. Y debí de pensar: “¡Va a poner un huevo! Esta es mi oportunidad”. Así que me arrastré tras ella. Fue un gran error, porque salió corriendo y cacareando del susto. Con mis cuatro años pensé: “Tengo que averiguarlo. Pero este lugar es peligroso para las gallinas. Ninguna gallina pondrá huevos aquí”. Había seis gallineros. Así que me metí en uno que estaba vacío y esperé. Y esperé. Y esperé. Y, al final, fui recompensada. Entró una gallina… Si cierro los ojos, puedo ver cómo se levantó un poco sobre las patas, y un huevo cayó sobre la paja. No sé quién estaba más emocionada, yo o la gallina. En fin, yo estaba muy emocionada. Mi pobre madre no tenía ni idea de dónde estaba. Estuve desaparecida durante cuatro horas. Incluso llamó a la policía. Pero, aun así, cuando vio a esa niña tan emocionada corriendo hacia la casa, en vez de enfadarse conmigo y decirme: “¿Cómo te atreves a irte sin decirnos nada?”, lo cual habría matado mi emoción, se sentó y escuchó mi maravillosa historia de cómo una gallina pone un huevo.

Os cuento esta historia por un motivo. Y es que ese es el nacimiento de una pequeña científica: ser curiosa, hacer preguntas, no tener la respuesta correcta, proponerte averiguarlo por ti misma, cometer un error, pero no rendirte y aprender a ser paciente. Todos los elementos estaban ahí, pero una madre distinta podría haber matado esa curiosidad incipiente, y quizás no habría hecho lo que he hecho. Quizás no estaría aquí sentada ahora.

Laura. Hola, Jane, soy Laura y estoy encantada de poder compartir este momento con usted. Me gustaría preguntarle cómo empezó todo su amor por la naturaleza, y sobre todo, todo su amor por los chimpancés.

La verdad es que yo nací amando a los animales. No sé de dónde vino. Desde mi más tierna infancia, yo solo quería estar con animales, observarlos, estar al aire libre.Y tuve una madre maravillosa que fomentó mi amor por los animales. Cuando era pequeña, en Inglaterra, hace tantos años… Ahora tengo casi ochenta y cinco años. Durante mi infancia no había televisión, no había ordenadores. No podías buscar nada en Google. Así que aprendía, por un lado, estando en contacto con la naturaleza, que es la mejor forma de aprender. Pero también de los libros. Yo era una apasionada de los libros. Mi familia tenía muy poco dinero. Estábamos en plena Segunda Guerra Mundial y no podíamos permitirnos libros nuevos.Mis libros eran de la biblioteca, pero encontré una tiendecita de libros de segunda mano en la que me pasaba horas. Ahorraba los pocos peniques que me daban de paga, y una vez, con diez años, encontré un librito, que aún conservo. Tenía el dinero justo para comprarlo. Se titulaba “Tarzán de los monos”. Me enamoré perdidamente de este glorioso hombre de la jungla. ¿Y qué hizo él? ¡Se casó con la Jane equivocada! Yo estaba muy celosa. Obviamente, yo sabía que Tarzán no existía, pero ahí es donde empecé a soñar que de mayor me iba a ir a África para vivir con animales salvajes y escribir libros sobre ellos.

Todo el mundo se reía de mí: “No tienes dinero. Hay una guerra. África está muy lejos. ¿Cómo diantres vas a hacer eso? De todas formas, tú eres una chica. Las chicas no hacen esa clase de cosas. Sueña con algo que puedas conseguir”. Pero mi madre no. Volvemos otra vez a mi maravillosa madre, que me dijo: “Si de verdad quieres hacer algo así, vas a tener que trabajar muy duro y aprovechar cada oportunidad, pero no te rindas”. Y, como ya sabéis, al final conseguí irme a África, tuve esa oportunidad increíble. Yo no elegí estudiar a los chimpancés. Yo habría estudiado lo que fuera. Hasta que conocí al doctor Louis Leakey, famoso paleontólogo y antropólogo. Creo que le impresioné por todo lo que sabía de los libros, a pesar de que acababa de llegar de Inglaterra. Así que me dio la increíble oportunidad de vivir y aprender, no con un animal cualquiera, sino con el que más se parece a nosotros. Cuando llegué allí por primera vez, los chimpancés me miraron y salieron corriendo. Pero, al final, pude acercarme a ellos. ¿En qué momento surgió mi pasión por trabajar con chimpancés y por su conservación? Yo creo que fue el día en que el primer chimpancé perdió el miedo hacia mí. Yo le llamé David Greybeard, que significa Barba grís, porque tenía una hermosa barba blanca. Yo iba siguiéndole por el bosque. Había pasado casi un año. Pensaba que le había perdido, pero me lo encontré sentado mirando hacia atrás, casi como si estuviera esperándome. Quizá lo estaba. Me senté cerca de él.

Había una nuez de palma en el suelo. Yo la cogí y se la acerqué con la mano abierta. Él giró la cara. Yo acerqué más la mano. Y entonces se dio la vuelta, me miró a los ojos, alargó el brazo, cogió la nuez y la tiró. Estaba claro que no la quería. Y, entonces, apretó mis dedos muy suavemente. Así es como los chimpancés se tranquilizan mutuamente. En ese momento, nos comunicamos de una forma que precede al lenguaje humano. Ambos nos entendimos perfectamente el uno al otro. Yo sabía que él no quería la nuez, pero él entendía que mi intención era buena. Ese fue un momento muy especial. Yo creo que fue entonces cuando decidí que debía continuar aprendiendo todo lo que pudiese.

Cristina. Hola, Jane. Me llamo Cristina y estoy encantadísima de estar aquí y conocerte, porque a mí me encantaría hacer todo el trabajo que hiciste tú. Pero, obviamente, no puedo. Pero en el tiempo en el que tú lo hiciste, ese trabajo estaba como pensado… Se pensaba que era para hacerlo por hombres, no por mujeres. Entonces, ¿cómo piensas tú…? ¿Cuál crees tú que es el rol de las mujeres en el mundo? ¿Y qué es lo que tú le dirías a una niña que quiere ser científica, como por ejemplo, yo?

Jane Goodall. En primer lugar, cuando yo empecé a trabajar con los chimpancés, nadie lo había hecho antes. No es que fuera una cosa de hombres, es que no era cosa de nadie.Yo tuve mucha suerte porque Louis Leakey, quien me pidió que fuera a estudiar los chimpancés, creía que las mujeres eran mejores observadoras. Y puede que así sea. Si pensamos en el papel de la mujer en la evolución, ¿a qué se dedicaba la mujer? La mujer se dedicaba a cuidar de los niños y a cuidar de los hombres que salían a cazar y luego volvían cansados, y les hacían la comida. Entonces, como la mujer era responsable de los hijos y de mantener la paz en la familia, debía tener cualidades como la paciencia, debía ser capaz de entender a su bebé antes de que aprendiera a hablar. Y tenía que estar muy atenta al estado de ánimo de los miembros de la familia. Porque si el abuelo está de mal humor, mejor que el niño no se acerque hasta que se le pase para evitar conflictos. De modo que es posible que tengamos ventaja desde un punto de vista evolutivo. No puedo asegurarlo. Pero, en cualquier caso, yo creo que la ciencia está cambiando. Ahora las mujeres entran en campos de la ciencia en los que no entraban antes. Tengo constancia de ello. A veces parece que esté presumiendo, pero es que cientos, literalmente cientos de mujeres jóvenes me han escrito o me han dicho: “Hago ciencia gracias a ti”. En su mayoría están en los campos de la conservación y del comportamiento animal. Pero el otro día conocí a una que era química, que me dijo: “Gracias a que tú entraste en el mundo científico, que estaba dominado por los hombres, yo sentí que podía hacerlo también”. Cuando conozco a mujeres jóvenes que tienen muchas ganas de meterse en ciencia, pero a lo mejor sus familias no quieren que lo hagan, solo les digo lo que me decía mi madre: “Si realmente quieres hacerlo, vas a tener que trabajar muy duro. Tal vez más que tus compañeros, no lo sé. Tendrás que sacar buenas notas en tus exámenes. En general, las mujeres están teniendo mucho éxito en estos campos. No te rindas”.

Ojalá mi madre estuviera viva para que pudiera ver cuánta gente ha venido y me ha dicho: “Jane, quiero darte las gracias. Como tú lo has conseguido, sé que yo también puedo”. Mi historia favorita sobre el tema de los hombres y las mujeres en la ciencia, o en cualquier otro ámbito, es de una tribu de algún lugar de Latinoamérica. No estoy segura de qué país. Creo que es Guatemala, pero no estoy segura. En esa tribu de indígenas el jefe me dijo: “Nosotros pensamos que la tribu es como un águila. Un ala es masculina y la otra es femenina. Y solo cuando las dos alas son iguales, la tribu es capaz de volar”. Me encantó esa historia. Tenemos que aspirar a eso. Tenemos que aspirar a la igualdad. Estamos avanzando mucho en esa dirección. Al menos en Occidente. Aún queda mucho camino. Pero llegaremos si trabajamos duro, si aprovechamos las oportunidades y no nos rendimos.

Posted by Carlos Chetrit, ADreamUP Founder

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